lunes, 1 de agosto de 2016

Crítica a la exposición de Matías Quetglas de Pedro Luis Lozano Uriz

Aunque sea con retraso, incluimos aquí la estupenda crítica que ha realizado Pedro Luis Lozano y publicada en el Diario de Navarra, acerca de la exposición de Matías Quetglas que se celebró durante los meses de mayo y junio de en la galería de la calle San Antón, 6 de Pamplona:



ARTE Pedro Luis Lozano Uriz

Herencia

Matías Quetglas
Sala: Fermín Echauri 2
Horario: Hasta el 4 de julio. Lunes a viernes 10:00 a 14:00 y 17:30 a 20:00.

         Dijo Paul Valéry que “lo más profundo del hombre es la piel.” Una frase singular que bien podemos recordar ante la nueva exposición de Matías Quetglas en la galería Fermín Echauri 2.

         La piel desnuda de unos seres monumentales es la esencia de esta exposición. La piel como territorio, como espacio y como campo pictórico. La piel como elemento visible de un cuerpo, de una forma, de un alma.

         Matías Quetglas, uno de los pintores realistas más reconocidos del panorama español, recurre en sus cuadros a una iconografía muy mediterránea que de inmediato nos evoca a Maillol, a Picasso y en definitiva a la gran herencia clásica que, tras su naufragio hace siglos, sigue llegando a nuestras costas, desde las olas eternas del Mare Nostrum.

         Los cuerpos rotundos y voluminosos de Quetglas desbordan el espacio de manera heroica. Desbordan no solo el marco pictórico en el que se ven encerrados sino también su propia dimensión corporal, de tal manera que los apéndices: manos, pies, piernas… se ensanchan y agrandan como si una potencia interior les obligase a expandirse más allá de sus propios límites.

         Esa expansión corporal interior y ese atrapamiento espacial exterior, provocan que las figuras de Quetglas se retuerzan sobre sí mismas, se contraigan y se anuden, creando tensiones formales y visiones extrañas que rompen la mímesis tradicional. El resultado es un toque surrealista de inquietud y anormalidad.

         El equilibrio, base de la figura clásica, se rompe entonces en desequilibrios varios de forma y espacio. En cierto modo, las figuras de Quetglas ponen de manifiesto la eterna lucha entre lo apolíneo y lo dionisiaco. Entre el hombre y el monstruo, entre la naturaleza y el sueño peligroso de la razón.

         Pero Matías desea que sus cuadros crezcan. Deja a sus mujeres, sus niños y hombres desarrollarse en el espacio y permite que ese crecer sea libre y por lo tanto descontrolado. Como un padre cariñoso acepta que sus hijos pictóricos progresen con libre albedrío, dando ocasión a distorsiones y errores pero logrando con ello, que sus figuras tenga una personalidad original, propia y auténtica.

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